Que gran razón tenía tu hija Julieta, con esa frase que nos rompió a todos los presentes en mil pedazos; tu amor necesitaba expandirse tanto, que tu cuerpo se convirtió en un obstáculo, y ahora, ya libre, podías dar sentido pleno a tu existencia.
Su poesía acarició nuestras lágrimas para recordarnos que ya no podíamos abrazarte como antes, aunque ahora por fin, formabas parte del alma de toda aquella gente; como por arte de magia, nuestra tristeza terminaba fundiéndose con la sonrisa de nuestros corazones, donde ahora nos esperas para volver a enseñarnos el camino de la esperanza.
La poesía, la música, los recuerdos y la belleza, estaban presentes en un acto donde la tristeza luchaba a brazo partido con el amor, el amor que compartíamos, como la vida que pudimos vivir juntos, entonces la nostalgia me embargó y recuerdos de nuestros años de juventud se abrieron paso entre los nubarrones del vacío que nos dejas.
Nuestros viajes juntos a la facultad, nuestras conversaciones frescas y ambiciosas sobre el futuro que esperábamos y que nunca llegó, nuestros anhelos y sueños, nuestros proyectos y miedos en las idas y vueltas en tren, despacio, sin darle importancia al tiempo, que ya entonces se nos estaba escapando entre los dedos sin darnos cuenta. Tantas horas juntos durante aquellos años donde anhelábamos una libertad que disfrutábamos sin saber que era aquello que vivíamos, nada más despertarnos por la mañana.
Compartimos pasión por la amistad y por la naturaleza en su estado más puro, juntos en compañía de nuestros amigos comunes, ahora, con la distancia que dan los años, sin duda creo que fueron algunos de los años más felices de nuestras vidas.