Embobado, miraba a través de la ventana aquella fría tarde de invierno, en la que el viento parecía haber enloquecido y el frío provocaba que su respiración se condensase sobre el vidrio. Los árboles mecían sus copas al viento, y cientos de hojas volaban por doquier en un baile sin sentido.
De todo aquel espectáculo invernal, había una escena que había concentrado toda su atención, y era el vaivén del bambú al viento; como un contorsionista que es capaz de besarse los pies, el bambú se retorcía de formas imposibles, en un pulso para ver cual de ellos era más flexible.
El bambú parecía una metáfora de su vida, en la que tenía que adaptarse constantemente a sus circunstancias para poder seguir avanzando, pero de alguna forma, se sentía atrapado como él, por sus raíces, que le impedían volar, sentirse totalmente libre.
Como en un sueño, su visión quedó empañada entonces por el vaho, así que tuvo que pasar la mano para poder ver el final de aquella escena, y justo en ese momento su madre entró en la habitación para increparle una vez más.
– ¡¡Tienes menos cerebro que una ameba, ahora tendrás que limpiar tú el cristal!!.
Con un suspiro, la ventana volvió a empañarse, y con el dedo, casi por instinto, escribió esa palabra con que su madre le increpaba una y otra vez.