Aquel último combate había sido muy duro, estaba totalmente exhausto debido a la cantidad de golpes que había lanzado, pero ninguno de ellos había conseguido alcanzar a su contrincante, que estaba ahora junto a él mirándole desde arriba; en su rostro, un rictus implacable hacía presagiar lo peor, ni un ápice de benevolencia en sus ojos, unos ojos que en aquel momento se le hicieron familiares, ya cuando el último soplo de vida empezaba a escapársele del pecho.
Su vida había sido una constante lucha en busca de victorias que se habían acumulado una tras otra, reportándole todo lo que se supone debía honrar a un caballero, pero aquel último rival se lo había arrebatado todo, ya no le quedaba nada, salvo aquella figura humana junto a él, esperando su final.
Fue entonces cuando lo comprendió , dejarse morir era la derrota en si misma pero ya no le importaba, ese no era el final que quería, ese no era el final que buscaba su enemigo, entonces, decidió que moriría luchando, hasta dejar en la espada de su rival la última gota de su sangre para que con ella, pudiera escribir su epitafio; gritando de dolor y rabia, se giró sobre si mismo, y apoyó los puños sobre el suelo para ponerse en pie, y entonces, cuando levanto la mirada, se encontró con su propia sonrisa.