Tumbado sobre el campo de batalla, miraba a la cara a aquel que sería su último contrincante, no podía comprender que había pasado; durante años se preparó para el combate aprendiendo de los mejores, conocía las técnicas romanas, egipcias, espartanas, bárbaras e incluso las orientales, pero ninguna de ellas le había servido de mucho frente a aquel rival.
Era una emoción desconocida para él, que siempre se había considerado invulnerable, inasequible al desaliento; una emoción mezcla de nostalgia, miedo e ira que le envolvía por completo, pero ni aún aquella energía le había servido en esta ocasión. Ahora, a punto de recibir el golpe de gracia, yacía en el suelo sintiendo como todo su poder se escapaba de sus venas. El cuerpo cubierto de golpes, su alma marchita por la desilusión y su espíritu derrotado, no eran capaces de comprender como había ocurrido, todo su ser sentía que era el final, y de alguna forma aquello lo tranquilizaba, aun sabiendo que probablemente no habría un después.
Aquel último combate había sido muy duro, estaba totalmente exhausto debido a la cantidad de golpes que había lanzado, pero ninguno de ellos había conseguido alcanzar a su contrincante, que estaba ahora junto a él mirándole desde arriba; en su rostro, un rictus implacable hacía presagiar lo peor, ni un ápice de benevolencia en sus ojos, unos ojos que en aquel momento se le hicieron familiares, ya cuando el último soplo de vida empezaba a escapársele del pecho.
Su vida había sido una constante lucha en busca de victorias que se habían acumulado una tras otra, reportándole todo lo que se supone debía honrar a un caballero, pero aquel último rival se lo había arrebatado todo, ya no le quedaba nada, salvo aquella figura humana junto a él, esperando su final.
Fue entonces cuando lo comprendió , dejarse morir era la derrota en si misma pero ya no le importaba, ese no era el final que quería, ese no era el final que buscaba su enemigo, entonces, decidió que moriría luchando, hasta dejar en la espada de su rival la última gota de su sangre para que con ella, pudiera escribir su epitafio; gritando de dolor y rabia, se giró sobre si mismo, y apoyó los puños sobre el suelo para ponerse en pie, y entonces, cuando levanto la mirada, se encontró con su propia sonrisa.