Tranquila es la vida envuelta en el cálido abrazo de la rutina, cuando todos los días son iguales y el tiempo pasa, y se enfría como una infusión que ha sido olvidada sobre alguna mesa. Plácidamente flotas por la existencia como una burbuja que se deja mecer por el viento, pensando que es tan perfecta, que tendría que ser eterna, hasta que un día te da un pellizco y de buenas a primeras comprendes la verdad.
La burbuja estalla, y miles de gotas se precipitan al vacío sin comprender como llegaron hasta allí.
Entonces llega el dolor, el dolor de entender cuál es la única prioridad que existe, la prioridad de seguir viviendo, de volver a flotar y vivir aunque solo sea un día más el sueño, ese que solo hace unas horas menospreciaste.
Y comprendes que vivías caminando sobre el filo de una navaja, a un solo traspiés de ser laminado, de desaparecer sin darte cuenta, y ves como los demás siguen allí, funambulistas sonámbulos de vidas que se olvidaron vivir.
Y entonces buscas de nuevo esos ojos en los que ni te fijaste, esperando que se abran de nuevo para encontrar en ellos el brillo de la esperanza, la esperanza de una sola mirada más que permita un adiós, ahora ya casi imposible.
Y acompasas tu respiración con la suya, intentando que no pare, hasta que te das cuenta de que su fragilidad es la tuya, ese hilo tan fino es el que te mantiene unido a aquellos que amas, y que sin él, perderías para siempre.
Y pasan los días, ahora eternos, a la espera de una señal, mientras el frío hace tu aliento tangible, y los pasos hacia su destino te dan miedo, miedo a sentirte tan frágil, tan volátil, tan insignificante.
Y a tu alrededor sientes el dolor del tiempo terminado, preámbulo de un futuro incierto; son las gotas de una burbuja que acaba de estallar, y que se hacen lágrimas, surgiendo como un tsunami que llega a la playa tras ser anunciado, y lo arrasa todo a su paso, y ves cómo durante ese tiempo congelado en vidas ajenas, el dolor deja solo desconsuelo y soledad.
Y entonces, se obra el milagro, el milagro de poder ver al otro como lo que realmente es, solo un ser humano desnudo frente a la única verdad, y te abre los brazos para sentir un latido, aunque sea extraño, pero sin duda capaz de evitar ser arrastrado por la tristeza, y sientes su calor y tú el suyo, y sus lágrimas, mojan tu cara, y comprendes que una nueva oportunidad nace allí, la oportunidad de comprender que solo te queda el presente, ese instante tan esquivo que tiene la habilidad de esconderse entre las sombras de tu rutina.