Si hace un año, alguien le hubiese dicho que aquella mañana la iba a pasar allí sentada, le hubiera tildado de loco.
Pero ahora la cosa había cambiado, y mucho.
Un rayo de sol atravesaba la ventana sorteando el sucio rastro de gotas de agua que ayer fueron capaces de volar; no dejaba de ser una metáfora de su situación, pero a aquel haz de luz le daban igual sus pensamientos, alargaba su cálido brazo hasta alcanzar por fin su blanquecino rostro para deslumbrarla.
Una sensación de asco nació súbitamente en su interior y pudo seguirla en su avance desde el estómago a la boca, era un preludio de lo que sabía que vendría después; la boca le amargaba como la hiel, y su cuerpo ardía como si aquel veneno que le metían por las venas fuera fuego líquido.
Hacía unos meses que su cuerpo se había revelado contra ella, el diagnóstico fue claro y la solución única. Por primera vez en su vida no tuvo que pensar que camino escoger, solo había uno posible aunque como siempre, el final volvía a ser incierto.
A su alrededor podía ver el avance implacable de aquella enfermedad, era su futuro reflejado en ojos ajenos llenos de dolor, pero había algo más que no podía explicar, algo que continuaba allí, aunque pasasen los días. Aquellos que no reflejaban esa luz en su mirada pronto dejaban de acudir a su cita con las agujas, y por más que ella se miró en el espejo fue incapaz de encontrarla en sus propios ojos.