No había podido despedirse de él, su corazón se había parado a causa de aquel infarto repentino y ahora estaba allí, bajo un mar de lágrimas y una tormenta, viendo como su amor inundaba el suelo y buscaba aquel agujero a sus pies, en un desesperado intento por aferrarse a él hasta el final.
Aquella mañana, como tantas otras, había salido de la habitación de puntillas para evitar despertarla, y ahora aquel sueño placentero se había transformado en una pesadilla.
Agotada tras la luctuosa experiencia, llegó a su casa y se derrumbó sobre la cama derramando sus últimas lágrimas sobre una almohada que aún olía a él; y con el anhelo de unos besos que ya no volverían, se durmió.
A la mañana siguiente, al despertar, se sintió presa de una pesadilla de la que no podía escapar, pesadamente se arrastró hacia el baño mientras cientos de recuerdos desfilaban por su memoria a la espera de encontrar una despedida a la que aferrarse.
Quizá una ducha de agua caliente amortiguará la tristeza que sigue oscureciendo mi alma. – pensó.
Abrió el grifo del agua caliente y observo como el agua escapaba por el desagüe, quizá buscándole a él, quizá buscando el vacío que había dejado en su vida, y entonces lo descubrió.
Allí, en el espejo, había un mensaje oculto que el vapor le había revelado; no sabía cuanto tiempo había esperado su oportunidad, pero ya nada importaba. Se acercó despacio y con delicadeza, toco cada trazo, recorrió cada letra, cada rincón de aquella frase; su alma se estremeció con aquella última caricia de amor que le resultó aún más intensa de cuantas pudo recordar, y con una sonrisa dibujada en su rostro pronunciaron aquella última frase juntos.