En tu caída te irás consumiendo como se consume un cigarrillo abandonado en un cenicero, e inevitablemente tratarás apagar tu ansiedad una y otra vez, intentando salvar tu vida de una muerte segura, hasta que quizá un día, comprendas que es justo ahí donde reside tu sufrimiento y que solo cuando todo tu ser se haya consumido, te dispersarás en el aire y te convertirás en el viento, en una dimensión en la que las leyes que te hicieron saltar, ya no tienen sentido.
Pero ahora estás aún ahí, quemándote, sintiendo como ese fuego abrasador deshace lo que fuiste, estás en ese momento que luego recordarás como el más emocionante, pues ese dolor es el que te hace crecer, el que te hace más fuerte si logras comprenderlo, superarlo, disfrutarlo.
Es el dolor de nacer, de crecer, de enfrentarte a lo desconocido, de luchar por tus sueños aún a riesgo de perderlos, de comprender que cada uno de esos momentos es como un anillos de crecimiento de un árbol, que debe desgarrarse cada año para seguir viviendo y que después marcarán las líneas de lo que fuiste.
Ese momento es el que realmente define si estás vivo o muerto, el momento de cruzar la línea, ….. tu línea.