Mi colegio

Retazos de infancia

     Hay un recuerdo que ha quedado grabado en mi memoria, no entiendo el motivo, pues ese día no pasó nada distinto a otros en aquella época de mi vida, un retazo de mi infancia que comienza agazapado tras un arbusto en el jardín trasero de mi colegio. Allí, espero una oportunidad para jugar nuestra última baza en el rescate. Siento como mis piernas se tensan acumulando la energía que me hará falta segundos más tarde. El corazón me late con fuerza como si mi vida dependiese de ese sprint, entonces me asomo, y en una décima de segundo tomo la decisión. 
 
 
   A correr.
 
 
– Por mi y por todos mis compañeros y por mi el primero.
 
 
    Un estallido de emociones retenidas se desató en abrazos y vítores ante una victoria tan efímera  como el tiempo de aquel recreo, cuyo fin llegó de forma repentina con el estruendo del timbre del patio, recordándonos que el tiempo de juegos había terminado.
 
   Entre una nube de polvo, damos fin de nuestros almuerzos con sabor a tierra y en un caos maravilloso entramos en tromba en el colegio, llenando sus pasillos, descansillos y aulas en una mezcla de risas, gritos y algún que otro llanto. Mi mirada busca entre la multitud encontrar los ojos de Carmen y sentir esa extraña sensación de hormigueo en el estómago que me producía encontrarla, mezcla de miedo y placer.
     Aún nos daba tiempo a tirar de algunas coletas y colocar un chicle en el asiento de nuestro bedel. Hoy, tras todos estos años pienso: ¡Qué paciencia tenía aquel buen hombre!.
 
     La algarabía daba paso en pocos minutos a un silencio sepulcral e intentaba imaginar como serían los pasillos envueltos en aquella calma. Allí, en la clase, comenzaba una nueva aventura en la que se mezclaba la atención al profesor y una enorme variedad de juegos ocultos a sus ojos. Allí, vigilados por el reloj de pared, descubrimos la falacia del tiempo, que corría como el viento cuando nos divertíamos para trascurrir como el paso de un caracol en cuanto entrábamos al aula.
 
    Esa mezcla de olor a ceras Manley y tiza se marcó a fuego en nuestra memoria, mientras rebuscaba en el estuche mi canuto elaborado la tarde anterior con un rotulador Carioca. Recuerdo el sabor amargo de su tinta y la cara de mi madre al descubrir mi boca color verde. Con aquel canuto participé en no pocas batallas con granos de arroz y bolitas de papel intentado dejar al descubierto el tráfico de notitas codificadas que corrían como la pólvora bajo los pupitres, en una forma de comunicación que acabó con la llegada de los teléfonos móviles.
   Finalmente, tras mucho estudiar, y anticipado por el rugido de nuestros estómagos, sonaba de nuevo aquel sonido ahora salvador, en una metáfora sobre el significado del bien y el mal que desembocaba de nuevo en ese caos desbordante de energía. Los pasillos, repletos de alegría y juventud, se llenaban en busca de una ansiada libertad como el vapor de una olla a presión escabulléndose por su espita. En nuestra huida, jugábamos a salvar los escalones de un solo salto, poniendo riesgo y emoción a la escapada y sabiendo que fuera, impacientes, esperaban nuestras madres.
 
   A juzgar por la fuerza de sus abrazos cualquiera pensaría que ellas lo hubieran pasado peor que nosotros en nuestra ausencia; aún recuerdo la suavidad de la piel de sus mejillas y ese olor que anticipaba los ricos manjares que nos esperaban calientes en casa.
 
   Nunca una rutina fue tan maravillosa, nunca una estampa tan bella, nunca unos recuerdos tan fieles y unas emociones más intensas  que las de aquellos momentos felices en los que solo nos importaba el presente y nuestro futuro era algo que únicamente preocupaba a nuestros padres.
 

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1 comentario en «Retazos de infancia»

  1. Qué bonito, David, y qué recuerdos tan gratos. Tu historia me transporta,sin duda, aquella época. A mi no se me ha olvidado ese olor a lejía en las mesas del aula, las caras y los nombres de mis profesores y sobre todo el respeto que les teníamos y el silencio que se hacía cuado entraban en clase, cuando, segundo antes, estamos todos gritando y sentados en las mesas con los pies en las sillas, jajajaja, me encanta recordarlo con mis hijos. Te felicito.

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