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Un momento para respirar

   Pesadamente entró en el  parque donde habitualmente disfrutaba de la comida, el único momento de descanso que se permitía cada día. Caminando llegó hasta su banco preferido; presuroso e inquieto, miraba su Rolex para valorar cuanto tiempo le quedaba para comer. Sobre el banco, colocó el pañuelo azul que  llevaba siempre en uno de sus bolsillos para evitar mancharse el impoluto traje de Armani.
 
   Tras un par de respiraciones profundas, abrió su lata de cerveza y agarró su bocadillo; diez minutos después había devorado su almuerzo, estiró sus piernas y, solo entonces, reparó en él.
 
 
  Allí, frente a su banco, se había detenido una mujer de mediana edad junto a su joven acompañante en silla de ruedas, la cual empujaba no sin cierto esfuerzo. Atendiendo a su aspecto debía sufrir algún problema, probablemente parálisis cerebral, su cuerpo se movía espasmódicamente como agitado por aquella situación.
 
   Mirándolo, sintió compasión, mientras pensaba como sería su vida en un futuro, dependiente, sin posibilidades para trabajar, para tener una vida normal, una vida como la suya.
 
   Desde su banco pudo observar como la mujer le ponía un babero con sumo cuidado, y tras sacar un recipiente de su bolso, se disponía a darle cucharadas de un apetitoso puré, habida cuenta del exquisito aroma que llegaba hasta él.
   Cada cucharada era preparada con sumo cuidado, primero apurada para que llevase la cantidad precisa, después soplada con suma delicadeza para que alcanzase la temperatura necesaria; así dispuesta, una a una cada cucharada acababa en la boca de su acompañante, probablemente su hijo, que tras cada bocado era limpiada con presteza para evitar manchas en su rostro.
 
   Aquel ritual duró unos veinte minutos  de un trabajo minucioso, justo el momento en que su Rolex vibró indicándole el final de su periodo de descanso, motivo por el cual se levantó y recogió su improvisado chiringuito.
 
   En aquel preciso instante la mujer terminó su tarea, recogió el babero y alargando los brazos obsequió a aquel discapacitado con un cándido abrazo que termino con un delicado beso en su mejilla.
 
    Fue entonces cuando descubrió la sonrisa de felicidad en aquel rostro desfigurado, era la felicidad de aquel que tiene todo lo que necesita en su vida.
 
 
    El ejecutivo se acercó hasta donde estaba aquella extraña pareja y sin mediar palabra dijo:
 
   – Gracias.

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