Mira sus zapatillas, pero no las ve, sus pies ya están desnudos sobre la arena, por un momento fría y húmeda pero solo un instante después son engullidos por ella a un lugar ahora más cálido y seco.
Con cada paso, la experiencia se repite, y mientras camina, despacio, su mente viaja otra vez a ese lugar donde ocurrió todo; casi sin querer vuelve el dolor y la esperanza, ahora ya perdida, de recuperarlo, de abrazar lo que fue hacia solo unos días.
Un rayo de sol se escapa de entre los oscuros nubarrones que amenazan ese instante tan especial, es como una señal de que ha llegado el momento de pasar página, pero esa emoción, ese preciso soplo del tiempo, se agarra a su alma en un intento de escapar del olvido.
Las gaviotas, suspendidas en el aire, parecen colgadas de un hilo, en un lugar en el que el tiempo ha quedado congelado y el paisaje es ahora en blanco y negro. Un recuerdo brota tras una nueva lágrima, y tras ella todo parece cobrar vida, quizá sea la última, aunque el corazón le dice que será la primera de muchas por derramar para sanar su alma.
Entonces una ola cubre sus pies que se hunden aún más en la arena en un intento de atraparla en su pasado, y al retirarse se llevan el sabor entre salado y amargo de un adiós que ya parece inevitable.
Y en ese instante llega la magia de la sonrisa, con el convencimiento de que muy dentro de ella aún sigue él, agarrado a su latido, como cuando hacían el amor sin saber que aquella vez sería la última , sin saber que ahora el amor estaría por siempre en su interior, porque esa noche escapó de la muerte y su latido ahora no era uno, ahora eran dos.